El amigo de Raúl

¿Por qué no puedo dormir? Es mi pregunta de todas las noches. ¿Qué es lo que me pasa? ¿Habrá algún remedio para esto? Es por eso que empezé a buscar artículos de psicología. Todo lo que encontraba en esos textos no eran más que tests supérfluos y poco precisos, cuando me iba bien encontraba uno que otro artículo serio, pero pidiendo una remuneración monetaria para poder ingresar a él, una que otra vez pagué para ver si encontraba cura alguna. ¡Qué estafa! No es nada de lo que busco.
Al cabo de unas semanas entendí que era inútil seguir buscando la respuesta, así que terminé simplemente abrazando mi condena nocturna. Opté por recorrer la casa a ver si encontraba algo con qué entretenerme hasta la llegada del alba. Nunca encontré nada divertido. Al principio de mis recorridos, tropezaba con todo, no podía ver en las sombras, mis ojos nunca habían estado en alguna situación parecida. Después de un mes, mis ojos se acostumbraron a la falta de luz, incluso podía identificar colores y texturas con la mirada. Había abrazado la oscuridad. En ocasiones, sin razón alguna, me quedaba parado frente a la cama de alguien de la casa o permanecía en los sombríos pasillos de la casa esperando el amanecer. Cuando penetraban los primeros rayos de luz era tiempo para que yo volviera a mi cuarto, el cual se sumía en las tinieblas.
En más de una ocasión, me quedé tan enfrascado en mi blanqueada mente que no me dí cuenta que estaba parado frente a la cama de alguien en la madrugada. Causaba un gran pavor a los inquilinos el ver a alguien frente a ellos a esas altas horas de la noche. Incluso llegué a matar a papá, más bien fue el infarto quien lo mató. No pudo con el susto de ver una sombra inmóvil en la sala, como si lo estuviese viendo a él. Vió en la sombra un cuerpo decrépito, con ojos mirando al vacío, cabellos de estropajo y una mirada irradiando ira. Ya le tocaba, era viejo. Tenía más de medio siglo, suficiente, ¿no? Mis hermanos siempre me hechaban la culpa de lo que había pasado, pero yo ni siquiera lo había tocado, ¿cómo iba a ser mi culpa?
¿Seguro? ¿No crees que cause problemas con eso? Si algo sale mal, será tu culpa. No pienso meter las manos al fuego por ti... Siempre me molestaba, aunque he de confesar que era divertido estar con él; me enseñaba cosas nuevas a veces. Un día quise presentarle mi amigo a mi madre. No resultó nada bueno de eso. No quería saber nada de esas amistades mias, me las prohibió, inclusó llegó a golpearme por hablarle de ello, no quiería ni verme. ¡Qué manera de demostrar sus modales! Debería de darle vergüenza, ¡que aprenda a respetar! Mi amigo, al saber lo que pasó con mamá, me dijo que no tuviera cuidado, que nunca me vería con él, y me ayudó a fraguar una venganza contra ella. ¡Qué divertido será! Mamá estaba en la sala tocando el piano como todas las noches antes de dormir, era parte de su rutina. Yo llegué por detrás de ella con un viejo pañuelo mio que estaba empapado con un líquido apestoso que mi amigo había conseguido. Le tapé la boca y la nariz con el paño y ella se desplomó en mis brazos. La llevé arrastrando al jardín donde la metí en un saco grande y la colgué del árbol más grande que hay. ¡Una piñata! ¡Qué divertido! Tenías razón. Al cabo de un tiempo de estar golpeando el pesado saco, me aburrí. Golpearla perdió su gracia, entonces me dirigí al río que se encuentra frente a la casa y la tiré.
Ya estaba vieja también, ya le tocaba. ¿Crees que mis hermanos también quieran jugar? No les queda nadie. Claro que será divertido. Tienes que ayudarme también a organizar los juegos con ellos.

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