A la caida del imperio, el edén

Que perezcan quienes no ayudan,
quienes sólo se dedican a estorbar
mientras luchamos por su dignidad.


Que mueran todos aquellos traidores,
aquellos que decidieron envainar el sable
para volverse sumisos y sobrevivir,
quienes tienen el descaro de no sólo
traicionar a su nación, pero a sus hermanos.


Que perezcan de la forma más cruel,
porque la traición no tiene perdón,
porque el egoismo es la cara más vil
de un alma miserable y cobarde.


Pedir que ardan es poco,
ni el infierno puede ya
proporcionar un justo
castigo para los traidores.


Que muera esta nación de pusilánimes
y que den cabida a una nación
feroz, ardiendo por justicia,
por paz, por amor al prójimo,
a una nación que desde hace
ya mucho tiempo murió,
se le apuñaló por la espalda,
a una nación que tenemos
en la fosa común y no nos
dignamos si quiera a voltear.


Pero sobre todo, que perezcan
aquellos abundantes miserables
con una imperdonable doble moral.

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